martes, 10 de diciembre de 2013

Reporte sobre el libro-boy-band "Vidas para leerlas", de Guillermo Cabrera Infante

Me trago Vidas para leerlas. El espectro de Fidel recorre el libro. Los protagonistas son los escritores cubanos -y sus allegados- compañeros de Cabrera Infante; hay algún visitante ilustre, como Federico García Lorca. Sin embargo, uno observa cómo sobre todos ellos pesa en el texto, antes o más tarde, el laconismo de la resolución de Fidel en una de las primeras reuniones entre los escritores y el gobierno revolucionario: "Dentro de la Revolución, todo. Fuera de la Revolución, nada". Ah, sí, esos eran los viejos tiempos: mandaba la guayabera verde y la boina, no el inmaculado agente de marketing.

Persecución a los homosexuales. Te morderán las armas de la moral. Carabinas ahorcadas contra un falo. Campos de concentración para homosexuales en el lagarto verde; la inocencia está perdida, ¡la inocencia está perdida! Parece que la mitad o más del canon cubano en aquellos tiempos estaba en letras, manos y vientres de homosexuales. Lezama Lima, Virgilio Piñera, Calvert Casey, entre otros. Guerra entre las Totalidades. La Historia se desparrama vigilante sobre los hombros de todos sus agentes. Los individuos han muerto, mientras Cabrera Infante agoniza en Londres.

Muéstrame una taberna, y te diré cómo escriben los hombres la Historia.

Boy-band Trolling


Troll, trolling rojo, colorado, londino-hormigón, de doble piso es tu casa-cuba, por favor, sí. Rugby me, Guillermo. Cricket me. Score a goal on me. Youtube me una vez más. Cabrera Infante también hace de troll [no pun intended]: nos enseña cómo cierto novelista "convertido en musicólogo" utilizaba secretarios para hacer la parte sucia de sus investigaciones, quedándose luego él con los créditos [carpenterianos]. Hoy poco ha cambiado; no hay caso: el secretario es siempre la cámara en una penumbra sin disparar.

Después, directamente nos dice lo mucho de "artista desagradable" que tiene Carpentier.

Lo mediocre que es Nicolás Guillén, mientras se pregunta por qué Pound era fascista y Guillén y Neruda comunistas, "es decir, igualmente totalitarios". No, Guillén era bueno, no: podía ser bueno; no lo fue: le cantó a la Revolución y ya no lo fue.

Tras el monóculo de Cabrera Infante, de noche y de día todas las bestias son pardas. Quizá es un error de monóculo.

Nos dice de El siglo de las luces que es "una novela profundamente contrarrevolucionaria", aunque a tambor batiente y dos páginas más abajo nos aclara que nunca la leyó.

Nos comunica, además, que Borges es ahora -ese "ahora" de 1980-, "el autor culto de los que no tienen cultura: el Homero del pobre". No sabemos hacia quién va ese trolling. También le entra a Borges cuando examina el idioma “español”[1], aunque termina lanzando una afirmación rotunda que, para los que hemos viajado por Argentina, nos hace preguntarnos si este pequeño país será menos o más grande que la provincia de Buenos Aires; en concreto, dice: “el único país donde no hay mestizaje idiomático en América es, ¿quién lo diría?, Argentina. Allí el dialecto es esa jerga atroz, el lunfardo...”, etcétera. ¡Formoseños, neuqueninos, tucumanos, antárticos, temblad!

End of trolling.

Good stuff

El espectro de Cabrera Infante recorre y se pasea como un domador -mitad victorioso y mitad tragado en su fiera-, por sobre el espectro de Fidel y la Revolución. Él no se doblará sobre el peso de un barbudo stalinista ni lo sorberán con premios consuelo. Cualquier infracción e intromisión sobre la libertad individual de un sujeto no vale más que en nombre de quien es cometida, así sea ésta una Totalidad teórica, como "el-pueblo-de-Cuba".

Todo aquél artista que accede a cooperar con alguno de los resortes de las instituciones revolucionarias cubanas -por más mínimo que sea el resorte, la tuerca o la arandela-, es una oveja, un halcón que bribonea por su migaja, un gendarme más, digno de morar en Der Prozess, y concubino con los verdaderos, auténticos gendarmes, como Ché, ese Ché falso.

O, por otro lado, será alguien demasiado debilucho como para resistir el ofrecimiento del churrasco crudo en la cara, y no quebrarse, no aceptar una agregaduría cultural o un trabajito de mecanógrafo, a cambio de poder escribir el resto del día. No tenerle miedo a la promesa o rumor o certeza del campo de concentración.

Yo daría mi brazo derecho [soy zurdo] por algún mecenazgo sin condiciones.

La situación es compleja, nunca podrá ser expuesta en los términos del maniqueo. Estamos a muchos años de esa coyuntura histórica. La posición de estos intelectuales y escritores ya no nos pertenece: el conflicto del hombre en nuestro tiempo, cuya narración sería el mejor servicio del escritor sobre la Historia, dejó de funcionar en los términos de Cabrera Infante. Los tres elementos son distintos en él con respecto de nosotros: ni el concepto de conflicto, ni la medida del hombre, ni la relación con el tiempo, son las mismas que las nuestras. Welcome, World of Warcraft.

Para Cabrera Infante el conflicto será la libertad. Nosotros tenemos -por ahora, en estos lados del charco- su libertad asegurada. Para Cabrera Infante el hombre es un sujeto. Para nosotros sólo es un instituto.[2] Para Cabrera Infante el tiempo es un discurso donde danzan y danzarán los hombres, una vez descubiertos los compases de la libertad [aquí faltó Agamben, parece]. Para nosotros el tiempo es un vapor, cuyo gas poco puede ya herirnos, embriagarnos. Quien nos hiere no es el vapor, el gas de nuestra temporalidad, sino la máscara con que raudos nos aprestamos a filtrarlo. No muere quien respira; sólo muere el que lo hace por la boca.

Bullshit! Nonsense! Por favor, Lector, acuérdate de descender de tu cubo de pedernal. 
 
Y sobre el concepto del hombre, ¿podré desplegar mi ong?

Doble sentido

En cierto sentido Cabrera Infante apesta. Y en cierto sentido se nos acerca para doler en la médula. Apesta cuando, como Vila-Matas, nos interioriza de las pequeñeces y burguesadas de escritor que va de aeropuerto en aeropuerto, detallándonos los encuentros casuales con otros escritores o editores que se cruzan a su paso. Señores: el hombre no es nunca este oficio.

Queridos amigos de siempre: la biografía del hombre no es más la representación del hombre. [Recuérdate de encargar unas magnolias a Leo Löwenthal en el Cementerio del Buceo, a media cuadra de la rambla montevideana; Löwenthal fue enterrado allí, después de amargos años retirados en esta parte de América del Sur.]

¿A alguien puede interesarle cómo ha conseguido un escritor de segunda su pasaje a París? ¿O cuántas tazas de café toma un editor? Sí: a lectores cuyos hábitos culturales son los del parasitismo pacato. Para aquellos que leen libros así, en plan de interiorizarse en la vida de los escritores, las claves de este libro en estos términos equivale a dos horas de televisor en horas pico o a un concierto de boy-band.

Si te interesa mi editora, te interesa la mujer de mi editora. ¡Piernas-afeitadas, cómeme! Seré tu jugo gourmet. Pero por favor, hermano Lector, no más trivialidades estúpidas de cocina.

La vida del escritor no es más interesante que cualquier vida. Es simplemente el escándalo de su libertad lo que la hace refulgir. Curioso es que al lector de a pie, aquél que lee dos a cinco libros al año [siendo uno de ellos un manual de tetas, o un manual de ropa de tetas], poco le importan estas bengalas. ¿Que Calvert Casey tartamudeaba? Haz fila, hermano, en el reino de los tartamudos. Si es por esta parte del texto de Cabrera Infante, libros así hay que olvidarlos rápido. Lo merecen.

Pero es por la parte que nos duele que lo recordamos. Sí, Borges será el Homero de los pobres, pero el hombre perseguido en su médula por ser el espejo de los perseguidores, ése hombre, es el Homero de los Borges. Si sos escritor, convendría preguntarse qué parte del poder estás reflejando. No te persiguen por tu obra; te persiguen por el haz de rectas que reflejas.

Si sos Lector, convendría preguntarse qué escritor estás reflejando.

Sustituyamos por un momento el laconismo totalitario de Fidel, y obtengamos: "Dentro del mercado, todo. Fuera del mercado, nada". Como Cabrera Infante nos demostró con Vidas para leerlas, y con el ejemplo de su vida misma: por lo menos de Fidel podías exiliarte. Hoy, en cambio, a donde quiera que mires, estás a un paso de la irrelevancia y a dos de una boy-band
 
[La muerte cultural. ¿Ha sido grave una caída, Ícaro de Cuba? La muerte cultural: es menos grave por Youtube.]

La solución, por supuesto, no es pedir por la aparición de un anacrónico Fidel local ni de un
ГУЛаг cultural, sino el desmantelar la coreografía capitalista de ese paso [pirateándola, por ejemplo], el ser intolerante con el kulturmarketing de los libros-boy-band.

¿Te gusta tu nombre en los periódicos? Continúa, amiguito. Continúa.

Pero para eso tendríamos que esperar nuevas Vidas para leerlas, que nos alerten de la cuestión en las columnas de los medios anti-mass-media como El País[3]. A los escritores no les interesa más que el vapor de sus salivas resecas, el bronceado cultural de su haz de rectas. Las vitaminas de la libertad. Son su acto de aterrizaje. A mí también me encantan las vitaminas de la libertad. Las pienso como la pista de despegue. En cuanto a mi vapor, qué decir de un nido de caries.

Páginas amarillas. Cabrera Infante Bizz. Servicio de cama solar. ¡Gafas! Just Play.
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[1] Cabrera Infante resume que el castellano no es el idioma de América, sino de Castilla, y que su única razón para imponerlo como el idioma americano es una razón política. El español es el idioma de España; y el castellano es el idioma de Castilla, que por coincidencia podría ser el español de España, aunque no de toda; y el español es el idioma de América española, pero sólo es el español que proviene de Castilla, una pequeña España oficial, no el resto de los idiomas españoles de España. 
 
[2] En otro lado hablarán de ti los bedeles de la escritura. A ellos, agradecer la institución del Hombre.

[3] Varios textos de Vidas para leerlas son en realidad textos aparecidos en medios masivos de prensa, y luego recopilados en forma de libro. ¡Original, amigo azorinista!

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