domingo, 1 de octubre de 2017

"El astillero", de Juan Carlos Onetti

No recordaba lo hermosamente implacable y ruin que es la escritura de El astillero. Su cadencia, su meneo, agrio, inefable y al mismo tiempo bañador de templos, que avanza como lo hace la espiral de una barrena, que sin moverse gira y avanza; su respiración: hay en esta historia tan respirada el fundamento de lo absurdo, algo que es una mezcla de germanía habitual con la ternura del sísifo en el momento exacto en que ve alejarse, cuesta abajo, su piedra (que también es nada más su palabra piedra alejándose, cuesta abajo, de la escopeta de su boca).

Con cada relectura de El astillero asoma una nueva capa sobre el lienzo de esta escritura, y en ella va nuestro diálogo larseniano sobre nuestro propio astillero, nuestra empresa imbécil, algo semioculta entre la selva de nuestros vicios, ya lustrados muchas veces, y siempre a punto de desbarrancarse por la impericia de un juzgado, un trámite, o una señorita que de pronto decide querernos. En este libro de autoayuda, el primero y único de este tipo escrito por Onetti, están todas las claves de nuestra furia. Léalo. Y luego lárguese de nuevo, con su mierda redonda, montaña arriba.