lunes, 3 de octubre de 2016

FIL Montevideo 2016

Interrumpí, brevemente, mi habitual ostracismo de las purulentas letras uruguayas para acercarme en mi visita anual a la Feria Internacional del Libro, allí en la carpa y hall de la Intendencia Municipal de Montevideo.

Panorama desolador.

Basura cultural a paladas.

Las "ofertas", insoportables, tediosas, idénticas a las de todos los años. Literalmente. Ofrendas estúpidas.

Los comerciantes editoriales te insultan con una sonrisa: "Sí, está de oferta, a 590 pesos".

Hay que piratear.

Hay que piratear.

Robé un libro.

El único oasis de vida es el puesto de Cuba, justo enfrente a la usina de desperdicios de Hum.

El único oasis de vida fue el puesto de Cuba.

De regreso.

domingo, 12 de junio de 2016

"Fatamorgana de amor con banda de música", de Hernán Rivera Letelier

Con el estilo más apolillado y una construcción y estructura dignas de una mueblería de cuarta, este escritor chileno nos roba unas horas de nuestro tiempo a cambio de una historia escrita con los pies.

Plagada de personajes secundarios que no poseen la más mínima trascendencia, y que parecen armados de unas ejecuciones narrativas tan planas y toscas que se asemejan más a títeres que a personajes literarios, el texto parece moverse sobre ruedas cuadradas.

Por supuesto que la teórica historia de amor está presentada de la manera más simplona y reducida que se puede hacer: ella, una doncella pasiva cuya razón narrativa es ser poseída por el macho, y cuyo pasaje desde un estado de la mayor pureza paralítica a un sobreactuado desenfreno lascivo se detecta por el solo efecto de observar al macho; los lances ocurren casi con la misma soltura o torpeza que una "Amalia", de José Mármol; los giros diegéticos más importantes y críticos sobre los personajes se ejecutan con el plumazo de dos líneas de texto para luego pasar a un segundo plano y ser ocupados por observaciones triviales o florituras pseudobarrocas; y así, de la tensión narrativa no nos queda más que un hilito de telenovela de las siete de la tarde, una especie de papilla que no logra escaldar por más que la calentemos con el fuego de nuestra imaginación.

Por otro lado está la música: el autor refrita el clásico recurso en el cual un personaje se embellece porque es artista, músico excepcional, y cuyo contraste se realza al contraponerlo con otros gandules de segunda, que serán boxeadores u hombres escuálidos en los cuales, es obvio, no se puede encontrar un microlitro de sensualidad o interés. También es obvio que la hembra protagonista llega al macho -como es natural- porque descubre en él este talento musical. Aparte de esto, todas las mujeres son bastante serviles; y sus presentaciones son acrítica, irreflexivas, casi aprobatorias o cancheras.

Lo único rescatable, quizá, si tenemos el tiempo para llegar hasta allí, es el escenario que rodea este estofado un poco rancio que nos ofrece Rivera Letelier: la región de las salitreras chilenas, con todos sus conflictos y su enfrentamiento magnánimo entre el hombre y las condiciones que lo someten. El desierto de Atacama es con seguridad el único personaje verdadero de este texto. Su entorno histórico enriquece el insalvable estofado, y tengo la sospecha de que Rivera Letelier aprovecha en el resto de su obra este verdadero personaje que posee. Creo que si fuere él, me limitaría a escribir de este desierto, y dejaría los amores, las pendencias baratas e inconsecuentes y el estilo burdo y principiante a otros, a los que no tienen ni el desierto. O a los que recién empiezan.