lunes, 25 de mayo de 2015

"Hitch-22", memorias de Christopher Hitchens

Uno no sabe muy bien qué hacer de las memorias de Hitchens: por un lado, representan un breve fresco del desarrollo de un ex-trotskista que, gracias al periodismo y una militancia de izquierda, parece haber obtenido  una serie de flashes ideales sobre una multitud de eventos históricos relevantes (desde la revolución cubana, hasta el advenimiento de la administración Obama, pasando por 1968, Watergate, el 11 de Septiembre estadounidense, etcétera).

Por otro lado, más que un trotskista (o ex-trotskista) y más que un peligroso militante de izquierda, parece  la historia de un ferviente luchador liberal, cuyo relato no es más que una fanfarria autocomplaciente y gorda, donde los nombres, los procesos y las saliditas "ingeniosas" son eyaculadas a diestra y siniestra, mientras se nos invita a regodearnos en la autocomplacencia del periodista.

Tenemos cierta ventaja histórica, en algunos casos: lo que Hitchens consideraría "mágico", "potencialmente revolucionario" y transformador, como por ejemplo 1968, nos parece ahora, bajo las lupas más frías y cínicas del siglo XXI, una revuelta liberal -transformadora, sí- de lo más conservadora posible, esto es: en cuanto al capitalismo, una situación bastante más cosmética, desagradablemente cosmética, que los que sus protagonistas les gustaría admitir.

¿Y qué puede ser un turista revolucionario británico visitando campos especialmente diseñados para ellos en Cuba? Tipos blancos, sin callosidades en las manos, de ojos azules, ricos y venidos de Oxbridge, que visitan la isla, para después ir por allí hablando sobre la revolución y de un plumazo o dos elaborar algunas frases contundentes y categóricas sobre el proceso, no es precisamente la idea que uno se hace de un revolucionario.

Hitchens tiene fama de polemista, ironista, astuto y fiero pensador,  y, a decir verdad, creo que su servicio como antiteísta y como liberal -dada su enorme posición de visibilidad- son bastante más útiles que si estuviesen ausentes.[1] Por otro lado, Hitchens mismo no es perfecto: él será el primero en reconocer que su ser contradictorio es algo de lo que está consciente, pero de lo que no puede ser acusado, básicamente porque no existen seres contradictorios capaces de hacerlo.

Ahora... revuela por las memorias cierta condescendencia, por decirlo de alguna manera, con lo que podríamos llamar de "izquierda": cierto "mijismo", cierto "been there, done that". Los quilates o la autoridad intelectual del contenido de las memorias parecería emanar más de una acumulación de méritos que de verdaderas ideas: asistimos al escalamiento profesional de Hitchens basado en "me nombraron aquí", "conseguí este puesto allá", pero en ningún momento sabemos debido a qué fue obtenido ese logro. No sabemos tampoco qué fructífure reflexión aportó al estado de las cosas en la búsqueda del socialismo en la actualidad; sí sabemos que era un ferviente defensor de la guerra de Irak, y que pensaba que la emergencia del "fascismo islámico" era quizá la principal amenaza política atendible, por parte de Estados Unidos. Desde  un punto de vista marxista, sí, Osama Bin Laden es más peligroso que Colin Powell o Condolezza Rice; ahora, ¿es Bin Laden más peligroso que Doug McMillon o que British Petroleum?[2]

No sabemos qué de Trotski o qué de Marx sobrevive en Hitchens. Quizá nunca hubo nada, sino sólo adolescencia intelectual, chisporroteante e irónica, "ingeniosa", si se quiere, pero adolescencia intelectual en fin. Apetito libertario, ese herculeano apetito. Murió en el 2011, de cigarrillo y guaro de excelente marca. Poco más a destacar.[3]
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[1] O no, quizá simplemente sea sea un cerdo burgués guiado por los más imbéciles apetitos.

[2] El planteo de la pregunta ya es estupidizante, porque somete al interrogado a una especie de balanceo deportivo entre dos pugilistas, reduciendo de manera asnal el verdadero contenido de la cuestión. Pero si Hitchens plantea la situación en esos términos, y busca reasimilarnos a su mundo asnal, entonces le podemos devolver con la misma moneda.

[3] Bueno, para ser un libro de basura cultural, hay que destacar que la edición es bonita, el encuadernado es eficiente, las hojas lindas.

domingo, 17 de mayo de 2015

"This Boy's Life", de Tobias Wolff

Libro ágil, sobre el que corrés básicamente en dos tardes, con sus interrupciones. Cubre, in media res, desde el año 1955, cuando Wolff tenía diez años, hasta una línea difuminada entre 1962 y 1963, momento en el que Wolff se prepara para alistarse con los Marines después de haber sido echado de un prestigioso colegio privado californiano (al que había accedido a través de una beca fraudulenta).

Los coprotagonistas de esta autobiografía novelada son, sin duda, su madre y uno de sus padrastros, Dwight. La potencia del relato está sedimentada no tanto en los bits de folclorismo cultural de la vida gringa en los años 50s -folclorismo éste que sin duda se siente palpitar a lo largo del libro-, sino en ese vals afectivo un tanto cruel que bailan su madre y el Wolff narrador. 

En realidad, es bastante difícil escribir sobre la madre de uno y no ser un poco ridículo o ya de entrada anacrónico y casi carente de interés.[1] Wolff lo hace medianamente interesante porque se acerca de forma oblicua al personaje de "Rosemary", sin ningún tipo de pornografía psicológica pseudopsicoanalítica -muy habitual en la literatura pop uruguaya de reciente cuño- y con la suficiente brevedad como para no gastar la influencia que todo el fantastma maternal ejerce sobre el narrador: el peso de la figura la sentimos flotar durante todo el texto, sin realmente imponerse ni ahogarle. La creación de esta especie de respiradero narrativo por parte de Wolff es un gran acierto, por el que le agradecemos nuestras horas invertidas en la empresa.

Técnicamente, el libro está perfectamente pulido, y encaja seamlessly en la gran tradición realista estadounidense. El estilo es tan idóneamente trabajado que no tiene estilo.[2] Se puede usar hasta de manual, cosa no muy lejos de la realidad de los actuales "creative workshops" de las universidades estadounidenses donde a gente idealmente sensible y esmerada -aunque un poco gandulera- se le enseña "cómo escribir", estimulando la creatividad y puliendo algunas reglitas.

En fin: un libro lindo para pasar la tarde, no muy aprovechable si estás buscando crecer como persona o como escritor. Bien escrito, legítimo, e indagatorio hasta la primera pausa; por suerte te dirá muchas cosas que ya sabés. Quizá hasta te alegres de que alguien "exprese exactamente lo que ya habías pensado".

Tiene lindas imágenes.
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[1] El único posible interés sobre un texto de alguien hablando sobre la madre radica en que uno no haya leído básicamente ningún texto anglosajón durante toda su vida, o en que uno haya tenido muchos dwights, y necesite revolcarse un poco más en toda esa suculenta hiel.

[2] Cfr. por ejemplo con Azorín, y su idea de que el estilo perfecto era el "estilo invisible", un estilo tan trabajado y naturalizado que se hacía invisible frente a nuestros más agrios gendarmes del gusto.