sábado, 26 de junio de 2021

"Todo termina aquí", de Gustavo Espinosa

Me gustaría escribir algo positivo del bodrio ripioso e inservible que es Todo termina aquí. En verdad, intento identificar algo, algún elemento, algo, no sé, cualquier cosa. Supuestamente, Espinosa es el buque insignia de la literatura uruguaya y, luego de leer dos libros de él -siendo Carlota podrida el primero-, en realidad no hallo en sus obras nada de mérito para esa etiqueta, y sí bastantes deméritos. 

Lo cual me lleva a pensar que, una de dos: o que la "literatura uruguaya"  está tan sedienta de paladinazgos e insignias y, por ello, dispuesta a coronar cuanta bobada, revoquería o cualquiercosismo se le ponga enfrente; o -mi hipótesis correcta- que he perdido con el tiempo la habilidad de lecturas críticas contemporáneas, si es que ésta es una habilidad que alguna vez tuve.

Ahora bien, voy a aceptar la segunda hipótesis como la verdadera, dado que, en efecto, no puedo demostrar esta habilidad; al revés, rápido me meto en problemas por carecer de ella. Pero miremos al pasar, apenas, en un breve pantallazo irreflexivo y carente del pedante salivazo crítico, la novela Todo termina aquí, dado que quizá la primera hipótesis tenga algún punto apenas tangencial con la realidad.

Antes debo señalar aquí que no sólo es Todo termina aquí una aburridísima volqueta de ripio y pretenciosidad literaria, sino que además fue premiada con el Premio Bartolomé Hidalgo 2016. Y definitivamente lo que premiaron los juristas del Bartolomé, y lo que hallo como el error fatal de este libro, es el ripiosísimo estilo en que está escrito el libro: parece que Espinosa no puede contenerse en colocar, en cada párrafo, algún adjetivo, giro, vocablo o palabrita que no quiere decir absolutamente nada: las conchas son "atómicas", las tisis "burocráticas",(1) el encomio es "eficiente",  y "A partir de aquella primera capitulación con el disparate, su vida se fue convirtiendo en una serie de traslaciones enredadas"; por poner ejemplos tirados así, al vuelo, en páginas abiertas al azar. Desde un punto de vista más narratológico, el error de Espinosa, que es el error de todo escritor novato o pretencioso, es el de intelectualizar o esnobizar, si se me permite, la operación de significación que su texto estaba ejerciendo sobre el lector, distanciando de manera irreparable al lector de cualquier terreno común con el narrador, ese terreno imprescindible para que la ficción funcione. Ni siquiera que "guste", simplemente que funcione. Lo cual a su vez hace que, si creemos que funciona, no es por un sentido crítico sino porque queremos, por alguna razón metaliteraria, que funcione.(2)

No recuerdo haber encontrado ese estilo tan estúpido y pretencioso en Carlota podrida, sino todo lo contrario. Si bien Carlota podrida me parece un libro decente en la más benévola de sus lecturas, se destacaba que Espinosa parecía en control de su estilo, o por lo menos en proceso de dominio del mismo. Y en verdad uno piensa: What the hell were you thinking? Entre Carlota y Todo termina aquí resta un libro intermedio, Las arañas de Marte, que aún no he leído y que tengo entendido es el mejor que ha escrito. Huelga decir lo ansioso que estoy por correr a devorarlo.

Esta escritura tan pobre de la novela, para peor, va acompañada de una historia completamente desvertebrada y carente de vida, y no en el sentido inteligente de desvertebramiento, como obras de propuestas estéticas deliberadamente amorfas o desestructuradas, y que a decir verdad desde el período post-joyceano para acá es tan estándar como "tocar la guitarra eléctrica con los dientes"(3), sino en que realmente no llega a nada: no es ni historia de amor, ni historia de aventura, amistad, peripecia humana, conflicto de cualquier cosa, y quizá ni siquiera mero registro documental, porque no llega siquiera a historia. Ni historia triste, ni cómica. No es nada. ¿El supuesto humor increíble, "delirante y jocoso"? Mentira. Es todo mentira. Apuesta a la baratija de la "locurita" criolla, a medio camino entre lo hipster y lo snob, que merecería calificarse de snobster, o hipsnob, vaya uno a saber cuál de estos términos es el más infeliz. Y tampoco es picaresco. ¿Y qué podemos decir de sus personajes que no sean datos? Nada. Sólo datos. No llegamos a conocer a sus personajes, sólo tenemos datos de que son músicos o profesores o etcétera, pero no los conocemos siendo músicos ni nada. No están vivos. Son muñequitos que mueve el narrador y los muestra a su mamá imaginaria o a sus amigos reales. ¿Qué podemos decir realmente de Ana? Nada, sólo el dato de que era bonita y medía 1,93, agoniza de dolor antes de morir de cáncer. Y ya está. Y así con todo el andamiaje actancial que da la impresión de que Espinosa nunca terminó de sacar los muñecos de sus cajas para poder jugar con ellos. Todos los personajes carecen de agencia alguna y no logran mover las ruedas de la historia. Sólo nos llega el tufito de pretenciosidad pseudo-bluesera, lo "loquito" que resulta ser el personaje Mondongo, la salivita estúpidamente sofisticada de las rimbombantes afirmaciones musicales, como "mandándoles una tarea" al lector, o ése que todavía pretende de la manera más idiota "ponerle un soundtrack" al libro.(4) Y cosas así.

Gabriel Lagos la describe como "alta escritura", "road-novel extrema". Ricciardulli como "Un libro delirante y jocoso, que se vuelve dramático cuando hurga sin pudor en el corazón de sus protagonistas". Mentira. ¡Mentira! Es todo paco. Y ellos lo saben. Cuando Lagos te dice que es alta escritura no está diciendo nada, te está vendiendo fruta, no es intelectualmente honesto. Cuando Ricciardulli te pinta la obra como "delirante y jocoso" es simplemente porque puede, porque cualquier cosa le parecerá delirante y jocoso, hasta un José María Listorti. Más que honestidad honestidad intelectual, uno sospecha de alcahuetismo o de que, ni modo, deben hurgar algo positivo que plantear sobre el libro. Pero por favor, no nos vendan más basura como si fuesen obras maestras.

La única virtud del Todo termina aquí, y en eso hay que reconocer en Espinosa un gran acierto, es su brevedad: 179 páginas de un babeo aburrido que olvidaremos a la tarde siguiente. Tengo fe en Espinosa. Quiero tener fe en Espinosa. Seguramente es un pibe que en algún momento escribirá una obra maestra. Todo termina aquí no lo es.

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(1) Sí, sí, la tisis es burocrática porque en realidad es una falsa tuberculosis apañada en un trámite para obtener etcétera etcétera... ya vamos viendo lo torpe e inoperante de esta semantización de "tisis" que el lector debe referenciar en su paso por esta frase.

(2) Y no es tampoco una cuestión de estilo hermético o gongorismo/culteranismo, dado que para tener un estilo así primero debemos poseer un estilo. Y en el caso de este libro asistimos a una dilapidación de púb(l)ica evidencia de lo que sería estilo.

(3) Nuestro gran amigo de la casa, Jimi Hendrix, cuando se le señalaba su "virtuosismo" de tocar la guitarra eléctrica con los dientes, comentaba como anéctoda que eso en verdad no era nada para él, dado que en los antros negros de mala muerte por los cuales él comenzó su carrera, si en cualquier recital de morondanga no tocabas con los dientes you would get shot.

(4) Hay pocas ideas más estúpidas que "mandarle" tareas de búsqueda de referencias culturales al lector, a menos que tengan función agencial alguna. Y menos creer en la idea del "soundtrack" del libro. Comprendo la operación metanarratológica de marcar el perfil cultural de la obra, sí, obvio, lo entiendo. ¿Pero insistir machaconamente en John Lee Hooker (or whatever)?... Es decir, amo a John Lee Hooker, es mi verdadero padre musical, pero estupidizamos por completo al lector cuando referenciamos la música de John Lee para connotar el modo musical de nuestros personajes, y más en el caso que le otorguemos importancia y peso diegético: dado que si nuestro lector desconoce a John Lee Hooker, todo lo referido narrativamente a éste quedará en un completo silencio. Es como que nunca hubiese sido escrito. Y en el caso de que se tome el trabajo de escuchar una pieza de John Lee para tener un esbozo de lo referido, no le aportará nada en su relación con el libro.

Corolario para escritores: debemos de dejarnos de las pendejadas y estupideces de mandarle deberes de pesquisa cultural al lector. Si el lector quisiera cultivarse sobre John Lee, inteligentemente lo último que buscaría ¡sería una novela de Gustavo Espinosa!