domingo, 1 de octubre de 2017

"El astillero", de Juan Carlos Onetti

No recordaba lo hermosamente implacable y ruin que es la escritura de El astillero. Su cadencia, su meneo, agrio, inefable y al mismo tiempo bañador de templos, que avanza como lo hace la espiral de una barrena, que sin moverse gira y avanza; su respiración: hay en esta historia tan respirada el fundamento de lo absurdo, algo que es una mezcla de germanía habitual con la ternura del sísifo en el momento exacto en que ve alejarse, cuesta abajo, su piedra (que también es nada más su palabra piedra alejándose, cuesta abajo, de la escopeta de su boca).

Con cada relectura de El astillero asoma una nueva capa sobre el lienzo de esta escritura, y en ella va nuestro diálogo larseniano sobre nuestro propio astillero, nuestra empresa imbécil, algo semioculta entre la selva de nuestros vicios, ya lustrados muchas veces, y siempre a punto de desbarrancarse por la impericia de un juzgado, un trámite, o una señorita que de pronto decide querernos. En este libro de autoayuda, el primero y único de este tipo escrito por Onetti, están todas las claves de nuestra furia. Léalo. Y luego lárguese de nuevo, con su mierda redonda, montaña arriba.

sábado, 16 de septiembre de 2017

"Nadie nada nunca", de Juan José Saer

Es revoloteo sobre los cuerpos, donde vas a encontrar que el cuerpo, el verdaderamente cuerpo, no es más que el río vocal saeriano que modela entre sus bucles la sustancia de Nadie nada nunca. Aquí la anécdota está sobreseída, y a quien acusamos es a la palabra vertida río, que Saer teje alrededor de un puñado de movimientos diegéticos: unas escenas en la playa, una muerte, uno o dos misterios, una asfixia. Discúlpenme si soy demasiado bello al escribir esto.

Saer se dedica a moldear este puñado de escenas desde diversos puntos de vista, mientras reintroduce, de forma casi metronómica, cuadros y gestos estéticos que tornan a ocupar un lugar monolítico a lo largo de la obra: el río liso, el cuadro de la playa frente a la casa de Gato Garay, la isla polvorienta, el calor de febrero y su abrasamiento mental, volátil. La elección de estos cuadros y el trabajo técnico de estos cuadros logran que su bicicleteo constante en la historia produzca una danza verbal de un bellísimo efecto: sabemos que el misterio está tejido, sabemos que detrás de los cuadros y en el intersticio de las escenas bucea la política revisando cada sintagma y cada ideologema; y sin embargo nos arrastra el río liso, el bronce de las pieles, nos cautiva la arritmia de una muerte, la asfixia de la política, el caos de los ligustros.

Este libro no está pensado para los que adoran el renglón seguido, la jungla familiar, la física para ir desde A hasta B. No sirve para ordenar el orden en la mesa. Lamentablemente hemos perdido el manual instructivo. Si hablábamos de con qué comida tomar cuáles vinos, hemos perdido el manual. Bien, este libro no es para ellos, entonces.

¿Ya he dicho que no me amedrenta mi belleza?

Habría que aprender de libros como éste.

sábado, 26 de agosto de 2017

"La parte inventada", de Rodrigo Fresán

El libro está compuesto por siete partes, en las cuales la columna vertebral la provee "El Escritor". La propuesta del narrador es la de proveernos, en 559 páginas deliciosamente aburridas y alpedistas, una concatenación de los elementos, satirizados o no, que hacen al oficio de escribir, mezclados con supuestas perlitas, como esos comentarios de un hincha de club de Pink Floyd.

Por algún lado, el narrador admite que posee una visión romántica e infantil acerca de los escritores, y que por ello le es completamente imposible no escribir sobre ellos. Romance. Vertedero negro en el cosmocomio, o mierda, si se pueden decir malas palabras. Mortereo estúpido del intelectual sobre el mismo escritor, el mismo idiota que de mañana paga las facturas en el supermercado. 

Y estúpido en este sentido: la concreción textual de esta visión desarma al "escritor" de cualquier función estética y de cualquier sentido trascendental, o incluso de cualquier productividad analítica o de reflexión social; y lo desarma atenazándole por varias vías: ya sea presentándolo como un fetiche a conquistar (El Chico y La Chica en busca de El Escritor, que es como la búsqueda del cordón umbilical a la "obra maestra" que neciamente se desea escribir), o a través del constante machacar masturbatorio sobre los quehaceres de la cocina literaria, sumado a ese tan aburrido y estupidizante ejercicio en que los escritores machitos se dedican a pelear por sus gallos literarios, al uso y dictamen de quién es un "escritor verdadero", quién "un genio", o qué libro es una "obra maestra". Y la obra no se aleja mucho de ese name-calling.

Como verán, estos elementos (el fetiche, la masturbación y el name-calling), muy exitosos a la hora de elaborar un producto como "Bailando por un sueño" de Tinelli. Fin de este producto.

Intento por cucharear el canon, por ser el que mueve las manijas. La dictaminación de la autoridad estética es bastante espinosa de acometer, sobre todo porque para empezar es difícil ubicar en un cuerpo esa autoridad estética. Superfluo el intentar su vallado y posterior conteo de reses. ¡Y con lo lindo que es contar reses!

Esta compleja obra literaria posee sus anfruactosidades y meandros, como todo intestitno delgado; incluso... ¡muestra gallardía en su longitud!  Sin embargo, el estreñimiento es general y la constipación de ideas casi clínica.

El "escritor", como actante de una ficción que indague en éste estéticamente: creo que es todavía posible y quizá hasta oportuno. Donde no existe cabida para el "escritor" es como funcionario de la cultura de masas.

El escritor como funcionario de la cultura de masas, cuando la masa son los letrados. La indagación estética es difícil cuando el producto está diseñado para ser deglutido, no reflexionado. En el caso de Fresán, un bolo muy poco azucarado y con una importante sialorrea.

Chifle usted, con una bola de gofio en la boca, y cuénteme cómo le fue. Cuente las reses, como Fresán en su paraparodia, y verá que es lindo. Mirar las vacas, las colegas. Es lindo. Eso sí: devuélvame las horas, por favor.