sábado, 1 de septiembre de 2018

"Arena", de Lalo Barrubia

En otro año, sería un libro bello. Publicado en 2003, el libro propone el universo de los años 80 de Montevideo, donde se narra el ambiente y la sensibilidad de un grupo de personajes, emergidos de la asfixia social de la dictadura. En ese sentido, me desagrada la propuesta paralítica y carente de agencia por parte de los personajes, junto con el subrepticio ensalsamiento heroico del mundo underground, supuestamente punk o postpunk, cuyos héroes al parecer tienen por única salida el sensualismo del aletargamiento adolescente y la hipercorporeidad de las drogas, y donde la propuesta es la de que para estos individuos severamente dañados no habría mejor ungüento que la autenticidad y la poesía de la autodestrucción.

Entre algunos breves pasajes de una poesía contundente y una fuerza estética colosal, Barrubia mueve apenas estos personajes carentes de agencia, sujetos dañados por la putrefacción social del período dictatorial uruguayo más reciente, deslocalizados vitalmente por las combinatorias de la globalización. Pero después de unos años sobre la tierra uno lo comprende: no hay nada menos auténtico que el fixture clasemediero del verano en las playas de Rocha, la mochileada reloca a dedo hasta el fin de las rutas del este, y el abandono de toda agencia política para abrazar la dictadura de los apetitos. Antes que lanzar sus cuerpos como arma vital contra la putrefacción, los personajes juegan el dócil rol de desahuciados que la cicatriz epitelial de la dictadura ya les tenía preparados hasta el detalle, y más que expresión contracorriente a la profecía social que la dictadura proponía, son la confirmación de esa profecía. Todo el aparato estético de Barrubia gira sobre esa confirmación y ese cumplimiento. Hasta las acciones violentas o las escenas sexuales parecen correr como un balón en una cancha completamente flechada. Los personajes entregan la agencia de sus voces y escrituras, y ahora éstas se debitan del hongo, la marihuana y el alcohol.

Hay una refrescante excepción: el personaje de la Potro, que es la única propuesta de escritura agencial: con su cuerpo y su movimiento en toda la novela, vemos una contrapropuesta al lugarcito predeterminado a la sexualidad de "las minas", y Barrubia con la Potro no "transa", sino que la dedica a ejercer una fuerte respuesta a la clitorectomía simbólica a la que es sometida generalmente la mujer en nuestra sociedades occidentales.

Es una novela sobre esa pequeña fracción pequeñoburguesa o lumpen que, jugando un rato a la anarquía en la hora del recreo de todo lo urbano, y completamente vaciada por el proceso político que le dio origen (la dictadura), es demasiado sensible como para rebajarse al espectro de lo popular, demasiado cobarde como para pensar una crítica, demasiado estúpida como para ser los portadores de una memoria. Su defensa es el término "careta", que aplican como rifle sanitario a todo lo sospechoso de inauténtico -que es todo-, excepto ellos mismos.

En un país sin playas, sería un libro bello.

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